LA ASHIPA
Cierto tubérculo silvestre –aseveraba el abuelo-, tiene unas raíces parecidas al camote; machacado, se convierte en un poderoso preparado para desaparecer la pereza y la sonsera en los que están creciendo. Tanta era su convicción que de los cuatro hermanos, un buen día, al segundo de ellos se le ocurrió desobedecer a Mamá en presencia suya. A este muchacho le va a caer muy bien la Ashipa, sentenció el viejo. Cuando Marcelo se había olvidado de la enésima desobediencia a sus padres, una madrugada de esas, la puerta sonó.
- Buenos días –se escuchó-, era la inconfundible voz del abuelo Santiago.
- Buenos días Papá –saludó Papá Nilson-.
- ¿Dónde están Marcelo y Jaime?
- Ahí están durmiendo.
- Me los traes, he preparado una purga para ellos dos –aquella madrugada era la del sábado-.
- Voy a llamarlos.
Mientras tanto el anciano, hacía sonar la olla batiendo una vez más lo que había preparado. Ellos todavía somnolientos, sin sospechar lo que les esperaba, saludaron al de los cabellos blancos con mucho cariño.
- Esto es para ustedes –comenzó a decirles-, van a ver que a las cinco de la mañana la cama les va a sobrar, se van a levantar a hacer sus cosas con más ganas y sin renegar con nadie –la voz del viviente de muchas lunas parecían como las de un oráculo-.
- ¿Qué gusto tiene? –se atrevió a inquirir Marcelo-.
- Tan rico como un chapo de Capirona.
- Entonces quiero dos tomas –sugirió Jaime-.
- Una es suficiente varón.
- ¡Ah! Ya, entonces, que venga ese chapo.
- A ver, cada uno lo va a tomar de un solo trago, sin darse espacio ni siquiera para respirar.
- Yo primero –gritó Jaime-.
- Los dos juntos, a ver quien termina primero -añadió Marcelo-.
El sabor era de lo peor, con un olor nauseabundo, nada que ver con el chapo de Capirona. Sin embargo, lo bebieron hasta la última gota, tampoco podían desairar al abuelo, podía enojarse. A los pocos minutos se pusieron a vomitar hasta vaciar todo lo que contenía el estómago, eran terribles los dolores que debieron soportar en la zona digestiva. Para más señas el de cabellos plateados les indicó que debían comer pescado asado sin sal y solamente acompañado de plátano también asado.
- Ahora vienen conmigo a la chacra, vamos a limpiar el yucal.
- Me siento débil –protestó Marcelo-.
- Te va a pasar, nadie ha muerto por trabajar.
Aquella jornada trabajaron como nunca, nunca se supo si por efecto de la toma, o por no defraudar al anciano. Lo único cierto es que no volvieron a desobedecer a sus padres delante del anciano, tampoco en otras circunstancias.
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