Había sentido en lo profundo de su ser aquel impacto de la caída en la verde explanada de una hoja de Mamey. Era una gota cristalina de lluvia. El viaje había sido largo. El desprendimiento doloroso.
Allí arriba sus oídos captaron repetidas veces que abajo se encontraba la felicidad. De lo sucedido en lo alto, apenas recordaba algunos detalles como uno de sus mejores sueños.
Sí, era una partícula de nube, destinada a ser lo que siempre fue; agua y no gas.
Por un rato sintió terror, sintió pena, sintió ansiedad. Creyó que nunca llegaría a ser feliz.
Sola en aquel inmenso espacio verde de la hoja, hasta que los pájaros se atrevieron a canturrear, pasaron insufribles minutos.
Sobrevino un fuerte viento, los árboles se movían y se golpeaban unos contra otros y las hojas con ellos.
De pronto la gota sintió que empezaba a ser arrastrada en contra de su voluntad, llegó hasta el borde de la hoja y casi sin darse cuenta fue a dar en el mismo tallo del árbol de Mamey, a la altura de la enésima copa.
Mas pronto vio que iba a dar directamente a un callejón sin salida, no podía detenerse, el viento le había empujado muy fuerte.
Esta vez vislumbró su muerte. Experimentó la frustración. Se vio encerrada en un hoyo del árbol.
Llegaron otras gotas. Entonces nuestra gota tuvo la oportunidad de escuchar la historia de cada una.
Eran historias parecidas a la suya, todas buscaban ser felices.
Pasó el tiempo y nuestra gota tuvo que despedirse de sus amigas. El ambiente resultó reducido para tantas gotas, ella que estaba al fondo cayó en la cuenta que una vez más estaba al borde.
Su rostro se iluminó de alegría, se alegró porque ya podía reemprender su viaje. Por el camino se encontró con muchas otras gotas. Algunas veces junto a ellas perdía su color primigenio.
Con alguna de ellas trabajó en forma unida duramente, buscando la felicidad.
Encontró algo de felicidad, pero era una ilusa felicidad.
Un día se apartó, igualmente, de ellas, pues, se creía con suficiente experiencia para poder caminar sola. Se sintió fuerte, se sintió grande. Sin embargo, una vez más experimentó la terrible soledad.
Caminaba y caminaba hasta el cansancio, nadie le daba una voz de aliento.
Hacía mucho tiempo que se había desprendido del árbol. Se arrepintió de su egoísmo, se arrepintió de su soberbia, se arrepintió de su pretendida autosuficiencia y decidió unirse nuevamente a otras gotas.
Esta vez, una lluvia que se prolongó por dos días pobló su entorno de gotas. Algunas de ellas habían vuelto a ser nubes y ahora eran nuevamente gotas.
Nuestra gota se admiraba de todo ello. Se juntaron todas las que quisieron hasta formar una corriente, una pequeña corriente de agua.
Viajaron largamente, pasaron muchos árboles, algunas gotas murieron, otras fueron absorbidas por un sediento animal.
Nuestra gota continuó su caminar, hasta que fue a dar a un gran río.
Desde entonces su felicidad fue total. Ya nunca temió la muerte, ni el fracaso.
1. ¿Cuál crees que es el mensaje de este cuento?
2. ¿De qué manera la unión es básica para todo grupo humano?
3. ¿A qué nos compromete el pertenecer a un grupo humano?
“Este cuento está inspirado en el cuento
de la muñeca de Sal)
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