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sábado, 1 de enero de 2011

El Huambé

HUAMBÉ


La Maricucha se levantó temprano como cuando sabe que la jornada que le espera será larga. Realizó los quehaceres maternos, aseó la casa, preparó el desayuno, alistó su canasto con los aparejos necesarios para la jornada y se puso en camino cargándolo sobre sus espaldas, con la cabeza cubierta por un descolorido trapo para protegerse del sol, con el remo de mil amaneceres sobre el hombro.

Por el camino se juntó con Herlinda, Griselda, Angélica y Rosenda. Llegaron a la canoa, una vez acomodadas, partieron río arriba entre conversaciones acerca de sus avatares personales.

Griselda contaba:
- La chambira que saqué del fundo Victoria me alcanzó para una shicra de dos cuartas de ancho por dos y media de alto, mira que lo vendí a buen precio a unos turistas que llegaron buscando cosas típicas del pueblo, sin regateo alguno me dieron lo que pedí.
- La verdad, conviene que vengan turistas, ellos valoran lo que nosotras les ofrecemos, los de acá te buscan la rebaja sin contar que una sola shicra te lleva tres o más días de tejido – comentaba Angélica-.
- Si, pues -añadió Maricucha-.
- Disculpen que les cambie de conversación –dijo Herlinda- a mi Juanacho hace tres días le agarró una bronquitis que para que les cuento, le tumbó a la cama, su pecho silbaba que daba miedo.
- ¿Qué le diste comadre? –interrumpió Rosenda-.
- Le di de tomar en ayunas un tazón de llantén machacado y exprimido –contestó entusiasmada-, sudó como cuando duele el sol, tuve que cambiarle la ropa, durmió lo que no había hecho las últimas noches. Ya por la tarde se le veía nuevamente vivaracho con ganas de hacer las cosas en la casa. Hasta ha afilado mi machete, porque lo que es yo, hasta hoy no he aprendido a sacar filo ni siquiera a un cuchillo, él lo hace como si nada.
- No se que pensar – empezó a decir Rosenda-. Ando medio preocupada, pero también de alguna manera contenta, mi varón anda con la cabeza caliente con Estela; bonita la china, sus ojos brillan como la canela, es cariñosa como lo fue mi tía Techi que en paz descanse. Muy atenta, por sobre todo, la veo con buenas costumbres.
- Después que no digan que las suegras aborrecemos a las nueras, esa huambra de veras tiene algo especial. – comentó Angélica –, mientras lo mismo que las demás mujeres, remaba sin prisa ni pausa rumbo a una tierra de altura de la quebrada Gasparito,
- Mira que yo también estoy de acuerdo con lo que dice Angélica – acotó Griselda- esa chica además de buena moza, da la sensación que piensa bien las cosas.
- Me gusta también que Sinesio la respete, no me gustaría que les pase algo malo, que la gente envidiosa no se fije en ellos –concluyó Rosenda-.

Tan amena y prolongada era la conversa hasta el punto que Maricucha tuvo que advertir a sus amigas:

- Gilicho –su marido- me indicó que cerca a esta lupuna hay unos altos árboles donde hay varias matas de huambé.

En los alrededores canturreaban toda suerte de pajarillos como dándoles la bienvenida. Lo cierto es que los cánticos de los pájaros les hacían compañía desde hacia un buen rato, ellas no lo percibían por estar realmente entretenidas en la charla.
Saltaron de la canoa, la aseguraron al costado de una aleta. Maricucha preparó el masato. Emprendieron el camino por una pequeña cuesta cubierta de un variopinto bosque, entre agradables aromas y chillidos de las chicharras. Estas mujeres hacía muy poco ni se atrevían a salir solas de casa, pero gracias a las capacitaciones habían perdido ese temor infundado, ellas podían valerse por sí mismas.

- Este esta bien – dijo Angélica –.
- ¡Claro! –aprobaron todas a una voz –.
- Hay que limpiar la maleza –animó Rosenda-, tenemos que abrir suficiente espacio para poder jalar las sogas.
- A veces resultan muy duras desprenderlas de la mata –complementó Maricucha-.
- Haber si puede con nosotras –retó Griselda-.
- ¡A la una, a las dos y a lasss..... tres!... ¡Ya!!!! –Gritó el grupo!

Después de varios jalones, echaron las cuentas y convinieron que habían juntado fibra como para una treintena de canastas, canastillas, paneras y adornos varios. El día había avanzado hasta que el sol empezaba a descender entre los árboles. Ellas se sentaron en medio de las risas compartieron bebida, comida y anécdotas. Ahora quedaba lo más pesado, cargar con las lianas hasta la canoa, una carga bastante incómoda porque la soga del Huambé tienen unas púas. Sin embargo, la fuerza que les dieron los alimentos les valió de mucho. Ya de bajada, el río las conducía remando bien poco, verdadero alivio después del trabajo desplegado.

La Ashipa

LA ASHIPA


Cierto tubérculo silvestre –aseveraba el abuelo-, tiene unas raíces parecidas al camote; machacado, se convierte en un poderoso preparado para desaparecer la pereza y la sonsera en los que están creciendo. Tanta era su convicción que de los cuatro hermanos, un buen día, al segundo de ellos se le ocurrió desobedecer a Mamá en presencia suya. A este muchacho le va a caer muy bien la Ashipa, sentenció el viejo. Cuando Marcelo se había olvidado de la enésima desobediencia a sus padres, una madrugada de esas, la puerta sonó.
- Buenos días –se escuchó-, era la inconfundible voz del abuelo Santiago.
- Buenos días Papá –saludó Papá Nilson-.
- ¿Dónde están Marcelo y Jaime?
- Ahí están durmiendo.
- Me los traes, he preparado una purga para ellos dos –aquella madrugada era la del sábado-.
- Voy a llamarlos.

Mientras tanto el anciano, hacía sonar la olla batiendo una vez más lo que había preparado. Ellos todavía somnolientos, sin sospechar lo que les esperaba, saludaron al de los cabellos blancos con mucho cariño.

- Esto es para ustedes –comenzó a decirles-, van a ver que a las cinco de la mañana la cama les va a sobrar, se van a levantar a hacer sus cosas con más ganas y sin renegar con nadie –la voz del viviente de muchas lunas parecían como las de un oráculo-.
- ¿Qué gusto tiene? –se atrevió a inquirir Marcelo-.
- Tan rico como un chapo de Capirona.
- Entonces quiero dos tomas –sugirió Jaime-.
- Una es suficiente varón.
- ¡Ah! Ya, entonces, que venga ese chapo.
- A ver, cada uno lo va a tomar de un solo trago, sin darse espacio ni siquiera para respirar.
- Yo primero –gritó Jaime-.
- Los dos juntos, a ver quien termina primero -añadió Marcelo-.

El sabor era de lo peor, con un olor nauseabundo, nada que ver con el chapo de Capirona. Sin embargo, lo bebieron hasta la última gota, tampoco podían desairar al abuelo, podía enojarse. A los pocos minutos se pusieron a vomitar hasta vaciar todo lo que contenía el estómago, eran terribles los dolores que debieron soportar en la zona digestiva. Para más señas el de cabellos plateados les indicó que debían comer pescado asado sin sal y solamente acompañado de plátano también asado.

- Ahora vienen conmigo a la chacra, vamos a limpiar el yucal.
- Me siento débil –protestó Marcelo-.
- Te va a pasar, nadie ha muerto por trabajar.

Aquella jornada trabajaron como nunca, nunca se supo si por efecto de la toma, o por no defraudar al anciano. Lo único cierto es que no volvieron a desobedecer a sus padres delante del anciano, tampoco en otras circunstancias.